Aparte de su religión, que reniega de las castas y de la adoración de imágenes, los sijs, que son unos 30 millones en el mundo y mayoritarios en el estado de Punjab, tienen suficientes signos externos de identidad como para no pasar desapercibidos. Llaman la atención por su corpulencia, son altos y fuertes, por su mirada penetrante, por sus grandes turbantes y porque no se cortan el pelo. Están obligados a respetar la regla de las cinco K: no cortarse la barba ni el pelo (kes), llevar siempre pantalones cortos (kach), una pulsera para protegerse del demonio (kara), un puñal (kanda) y un peine (kanga).
En un viaje como éste siempre surgen oportunidades de distinto tipo para hacer continuas referencias a los sijs y relacionarlos con Indira Gandhi. El nombre de la Primera Ministra ha estado circulando de boca en boca entre nosotros, especialmente durante nuestra visita a Amritsar, al noroeste del país, mientras pasaba de mano en mano El Sari Rojo, el libro de Javier Moro que desentraña la vida de su nuera, Sonia Gandhi.
Consiguió darle un empujón al desarrollo de su país en su lucha contra la pobreza y actuó con mano dura contra la corrupción. Tras una grave sequía que provocó gran hambruna en el país, en 1977 decidió convocar elecciones, de las que salió derrotada e incluso tuvo que pasar unos meses en la cárcel, acusada de abuso de poder. En 1980 gana de nuevo las elecciones y logra colocar a la India entre las quince naciones más poderosas del mundo. Su papel de líder de los países del Tercer Mundo hace que la nombren presidenta del Movimiento de Países no Alineados.
Dentro de su país, Indira tuvo que luchar intensamente contra el avance del nacionalismo sij, que perseguía la independencia del Punjab para crear un nuevo país al que se llamaría Khalistan. En la operación militar Blue Star, Indira acorraló a los nacionalistas en el Templo Dorado de Amritsar y la batalla terminó con una gran matanza, cientos de civiles muertos y graves daños al templo sagrado de los sijs.