miércoles, 29 de enero de 2014

Jaipur, del color de la puesta de sol

Jaipur es una ciudad en el estado de Rajastán que tiene alrededor de 3 millones de habitantes con mucha historia y muchas cosas que ver. Uno de sus atractivos es el sobrenombre. Se le llama la ciudad rosa porque dicen que tiene el mismo tono que la puesta de sol en otoño y buena parte de sus edificios, aunque se nota que desde hace tiempo,  están pintados de este color. Fue fundada en 1728 por el maharajá Sawai Jai Singh y en principio se ubicó en lo que ahora es el fuerte Amber. Jai Singh II, gran aficionado a las ciencias y sobre todo a la astronomía, desplazó la ciudad desde la fortificada Amber hasta la ubicación actual. Existe un llamativo observatorio construido por él.

Jaipur tiene una serie de activos importantes, como el Palacio de los Vientos (Hawa Mahal), que formaba parte del Palacio de la Ciudad y su función original era la de permitir a las mujeres reales observar la vida cotidiana de la calle sin ser vistas. El palacio tiene cinco pisos y la fachada 953 ventanas pequeñas. El viento que circulaba a través de ellas permitía que el recinto se mantuviera fresco incluso en verano. Eso fue lo que proporcionó el nombre al palacio. El Hawa Mahal está considerado como el máximo exponente de la arquitectura Rajput y se ha convertido en el símbolo de Jaipur. Además del Palacio de los Vientos, es obligatorio subir al Fuerte Amber en elefante (es un complejo palaciego a 11 km de Jaipur), acercarse al observatorio astronómico de Jai Sing (Hantar Mantar), declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, visitar el Palacio de la Ciudad (en una parte del palacio en la actualidad se encuentra un museo pero la mayor parte del palacio todavía es una residencia real) y observar desde la orilla del lago el Jal Mahal (Palacio del Agua), al que no se puede acceder. La otra obligación importante en cualquier visita a Jaipur es callejear. Sus rincones están llenos de actividad, de vida y de sorpresas.

Entre brahmanes y santones


Para la mayoría de los que estamos distantes de las culturas orientales, hablar de gurús, de santones o de brahmanes viene a ser lo mismo. No vemos la diferencia. Pensamos en personas especiales a las que se concede una autoridad moral y que tienen capacidad para ejercer un liderazgo religioso o pseudoreligioso, pero podríamos meterlos sin demasiados problemas a todos en el mismo saco. En conjunto vendrían a ser los voceros de la doctrina, los más sabios, los predicadores de la fe, los apóstoles dentro de una religión como el hinduismo.

Pero, una vez que te acercas, la cosa tiene sus matices. Dentro del sistema de castas que rige la sociedad india, los brahmanes son la casta superior, el vértice más alto de la pirámide. Son los sacerdotes, los maestros, los que marcan las directrices del quehacer social, los sabios, los que indican a los demás el camino a seguir. Dicen ser portadores del mismo Brahman, el poder sagrado que sostiene el universo.

En la vida de cualquier hindú hay varias fases, la cuarta fase, después de estudiar, ser padre y peregrino, es el ascetismo. El término sadhu, o santón, hace referencia a místicos, ascetas, practicantes de yoga y monjes que llamados por un gurú (maestro), se marginan de la sociedad. Se desentienden de todos los lazos familiares, renuncian a su mujer e hijos, a sus propiedades, a su nombre, a los dioses familiares, a la ropa del hombre normal, no tienen posesiones y reducen sus necesidades al mínimo de supervivencia para concentrarse en alcanzar una realidad más elevada. No vuelven a cortarse la cabellera ni la barba y dependen de la caridad de los demás pues no pueden trabajar. Las donaciones que les hacen son consideradas como “ofrendas a los dioses”, que favorecen la acumulación de buen karma.

Los sadhus son respetados como hombres sagrados, a los que se les atribuyen una sabiduría y unos poderes sobrenaturales. Excluyen toda clase de pensamientos o deseos de odio, de violencia o sexuales. Se va a vivir a la selva, en cuevas o a las montañas y se alimentan de hierbas y raíces. Algunos se quedan deambulando por aldeas y ciudades, viviendo de limosnas. Unos pocos se marchan, viajan a Occidente convertidos en gurús, en predicadores y en fundadores de sectas. En total se calcula que son unos 11 millones de personas. La práctica totalidad de los santones son varones. Se habla de que un 10% son mujeres, llamadas sadhvis, que generalmente toman este camino después de enviudar, pues es casi la única manera de escapar a la muerte en vida a la que son condenadas por la sociedad.

También hay falsos sadhus. Es relativamente frecuente encontrar en los sitios turísticos santones semidesnudos y pintados como actores. Tienen otro aspecto, incluso otra expresión y su atuendo es mucho menos austero. Les gusta llamar la atención. Se exhiben públicamente para que los curiosos les miren, les fotografíen y les den algún dinero.